martes, marzo 16, 2010

Responsabilidad ¿de quién?

Responsabilidad ¿de quién?

“Crisis” es un término que desde hace décadas forma parte del discurso sobre el estado de la nación: crisis política, económica, cultural, educativa. Para millones de mexicanos las crisis han estampado su sello en todo su trayecto vital: siempre ha habido crisis y siempre las habrá. Presencia cotidiana que, por “natural”, anula las preguntas acerca de su significado, contenido y responsables, y acepta como buena las respuestas que otros ya han dado.

“La culpa de la crisis educativa –se dice hasta el cansancio - la tienen los maestros, no trabajan, no se actualizan, no se preparan; además, son grillos, prefieren protestar que enseñar”.

Ni la radio ni la televisión, y muy poco la prensa escrita, hablan de las condiciones en las que los profesores laboran, de su necesidad de trabajar varios turnos para subsistir, de las cuotas que deben pagar para que otros disfruten de prebendas, del manejo político que se hace de su trabajo, de los “cursos de actualización”, “consultas sobre contenidos” y “pruebas piloto” que sólo los involucran como actores subordinados; de la organización escolar que los obliga a pasar deprisa sobre decenas de temas que nada tienen que ver con la vida de los niños o ahora, con el reino de “las competencias”, sobre igual cantidad de actividades aisladas, despojadas de significado. Tampoco se dice que en nuestro país la formación de los maestros no es continua, que los cursos y las supervisiones tienden a ser burocráticos y sirven más para ganar puntos en el escalafón que para mejorar las capacidades docentes.

Estos son hechos que el discurso del gobierno y los medios ocultan detrás de declaraciones y noticias alarmistas sobre los magros resultados en las evaluaciones académicas de los estudiantes, los altos índices de reprobación de los maestros en el examen para la asignación de plazas docentes y las modestas ubicaciones de nuestro país en los rankings educativos internacionales.

La crisis educativa en nuestro país es profunda, acuciante; no por lo que digan las pruebas o los medios, sino por lo que señalan muchos investigadores, maestros y padres. Lo más grave no es que niños y jóvenes tengan problemas de lectoescritura o matemáticas, sino que no se logre educarlos para que entiendan lo que ocurre en el mundo y los afecta, para que sean capaces de pensar por sí mismos, analizar las situaciones en las que viven y contribuir a su transformación.

Es una crisis inserta en la categoría de “ataques contra la ciudadanía” perpetrados desde el poder, y se está agudizando a tal grado que amenaza con enturbiar nuestra visión. No es fácil para las mayorías reconocer el entramado político que desplaza hacia los ciudadanos las responsabilidades –incumplidas– de las élites gobernantes. Es, precisamente, de esas responsabilidades de las que queremos hablar.

En las primarias públicas los niños sólo asisten cuatro horas al día. Muchísimas escuelas subsisten en condiciones precarias y, sobre todo tras la “evaluación de los maestros”, son incontables los grupos sin profesor encargado. Los docentes no desarrollan sus prácticas en una cultura de mejoramiento de la enseñanza, y sí de asistencia a cursos a cambio de puntos. No hay para los estudiantes el beneficio de las evaluaciones diagnósticas y formativas; en su lugar, sufren la aplicación de exámenes en los que sólo cuentan “los aciertos”, no el proceso. No tienen posibilidades de hacer música o artes plásticas e incluso, desde hace poco, sus “clases” de educación física se han convertido en una materia conceptual. Hay cientos de ejemplos de prácticas antipedagógicas derivadas de decisiones centrales, aparte, desde luego, de las que se deben a la propia impericia de muchos maestros. ¿Cuál es la idea de educación que tienen las autoridades que propician esas prácticas? ¿Qué pueden aprender los niños en esas condiciones?

Culpar a los profesores del desastre en la educación, o siquiera de los ínfimos resultados que obtienen los estudiantes en los exámenes nacionales e internacionales, es negar el peso de la realidad y, peor, caer en el juego de los grupos de interés político que fungen como autoridades educativas. En el juego del ocultamiento, un mecanismo infalible es atribuir a otros la propia irresponsabilidad. Es el caso típico del chivo expiatorio y ¡qué mejor que los maestros!

No es que los profesores carezcan de responsabilidad, pero debemos entender que garantizar las condiciones para desarrollar una efectiva cultura educativa, formular las políticas y asegurarse de que se apliquen en el ámbito educativo no depende de ellos. Los profesores tienen fallas, claro, pero hacerlos responsables de la crisis educativa no sólo es injusto, es una falsedad. La responsabilidad es, ineludiblemente, de las personas que toman decisiones, que permiten que el sistema perdure; los responsables son los grupos dirigentes, los gobiernos, los empresarios, los líderes sindicales, y no la base de un gremio ni la sociedad en abstracto.

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